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Lo que tienes tú que yo quiero tener y no tengo

La gente siente envidia. No, ya sé que tú no, no eres de esas personas. Oír esta palabra ya nos hace sonrojar y la idea de que nos descubran en pleno acto pecaminoso nos obliga a hacer uso de la muletilla salvadora “pero de la buena ¿eh?”. Igual que cuando pedimos perdón antes de decir una barbaridad, como si esto nos autorizará a hablar sin filtros.

En mi espacio de psicoterapia escucho muchas historias. No hay dos iguales, todas tienen su particularidad. Las personas no piden terapia porque la envidia les está molestando, así directamente no. Sin embargo, nos encontramos con este sentimiento muy a menudo en el camino. ¿Hay envidia buena y envidia mala? ¿Si siento envidia buena todo está bien, pero si siento envidia mala tengo que cambiarla?

El relato de Carmen

Carmen dice ser una mujer con baja autoestima y muy insegura. Recientemente han ocurrido unos sucesos en su vida que le han desestabilizado; me cuenta disgustada que no lo entiende porque no ha pasado nada realmente relevante, más bien un cúmulo de pequeñas cosas. Carmen aún no es consciente del poder que su sentimiento de envidia está teniendo en todo su malestar. Resulta que recientemente se ha enterado de que su ex pareja lleva ya un tiempo de relación con otra mujer a la que ella conoce; al mismo tiempo su vecina y amiga le ha contado lo contenta que estaba por haber sacado plaza en unas oposiciones a las que ella también se ha presentado; y todo esto en un ambiente familiar de tensión por unas pruebas médicas a las que está sometiéndose el padre de Carmen por un problema de salud aún sin pronosticar.

Tristeza, rabia, preocupación. Con estas vivencias llega Carmen a la primera sesión de psicoterapia.  Conforme su relato se va concretando, nos vamos dando cuenta de la presencia de un sentimiento escondido entre las palabras. Los dos sucesos ocurridos recientemente han activado un proceso de comparación en Carmen del cual no sale bien parada. Junto con la comparación aparecen dos estados: la sensación de inferioridad y la rivalidad. No es solamente la idea de que ellos tengan y ella no, sino también la desvalorización de su persona por colocarse ellos en la posición de superioridad, tomando ella irremediablemente la posición inferior. Fruto de este esquema llega la envidia. Cuando permitimos que la envidia entre en el espacio de terapia, cuando Carmen se autoriza a expresarla, entonces podemos dar voz a su nudo en la garganta. Envidia por los afectos que ella no está recibiendo, envidia por el éxito que ella no está consiguiendo. Carmen entiende cuánto protagonismo tiene realmente la envidia en su historia. En un momento de esta toma de conciencia aparece la tristeza; ésta, unida a la envidia, aparece como una sensación de pérdida ¿por qué tú sí y yo no? Es como si el hecho de obtener los demás algo que ella no tiene hiciera real su carencia. Estando en un estado emocional más frágil de lo habitual, las vivencias emocionales se intensifican, provocando sufrimiento.

La envida, en sí, no es mala ni buena. Es maladaptativa.; no permite admirar lo que el otro tiene, estropea el deseo genuino del bien ajeno y anula toda bondad en las relaciones entre las personas. El envidioso no quiere conseguir lo mismo sino que los demás pierdan el objeto de su envidia; algo así como “Ojalá te vaya muy mal”. El lugar que este sentimiento pasional ocupa en la narrativa de Carmen debe transformarse.

Desactivar la envidia

Transformar la envidia significa dar estrategias alternativas en la manera de vivenciar lo que sucede. En terapia podemos trabajar algunas cuestiones importantes.

  1. Cultivar la alegría por el bien ajeno: se trata de dejar de ver a los demás como rivales, como seres superiores o inferiores, como ganadores o perdedores.  Se trata de romper con esta visión bien-mal de mí, de los demás, del mundo. Cultivar la bondad, la gratitud sirven para una mejor convivencia con los que me rodean.
  2. Evitar la comparación: sabiendo que la comparación, a menudo, resulta desfavorable, conviene aprender a abandonar esta atención obsesiva hacía el otro. Mi punto de partida soy yo, y mi mirada hacía el otro se convierte, si eso, en admiración,
  3. Reparar la mirada interna: la autoestima queda lastimada con las comparaciones envidiosas; la percepción interna de inferioridad mina a la persona. Se trata pues de restaurar la mirada interna, centrarme en amar, aceptar y agradecer lo que soy realmente, no lo que quisiera ser idealmente.  

Si alguna vez te permites reconocer tu envidia, transfórmala a través de estas tres pautas.

Si te ha gustado este artículo, te recomiendo el libro en el que me he inspirado. Se trata de Psicología de los siete pecados capitales, del autor Manuel Villegas.

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Imagen: «La envidia. Lectura en el Parque», de Ignacio Díaz Olano.